En un fuerte gesto, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, le lavó los pies a doce jubilados en una populosa iglesia porteña imitando lo hecho por Jesús con los doce apóstoles en la Última Cena, aclaró que lo hacía por afecto, reconocimiento y acompañamiento a los mayores y “no por oportunismo político”, a la vez que pidió que se les pague “una jubilación digna”.
El tradicional oficio de lavado de pies de Jueves Santo García Cuerva lo realizó en la parroquia Inmaculada Concepción de Villa Soldati ante numerosos fieles, ocasión en la que citó al Papa Francisco cuando dice que “un pueblo que olvida sus raíces no tiene futuro” y destacó que “nosotros tenemos que cuidar nuestras raíces que con nuestros abuelos y jubilados”.
El arzobispo porteño señaló que “junto con ellos, nuestros abuelos, y no por oportunismo político, porque eso no nos interesa como Iglesia, nosotros queremos que tengan una vida digna, nosotros queremos que tengan una jubilación digna, nosotros queremos que también sean reconocidos como aquellos que construyeron nuestra patria antes que nosotros”.
“Hoy -agregó- les queremos lavar los pies como signo de que estamos a sus pies, que los queremos, que los reconocemos, que los acompañamos, no que los usamos, sino que los acompañamos como a toda vida frágil, como a todas las vidas, la vida de nuestros pibes, la vida de nuestros jóvenes, la vida de las familias, la vida de los que sufren”.
Más adelante recordó que “en la mesa de Jesús todos tienen un lugar; Jesús no deja afuera a los que piensan distinto; Jesús no deja afuera a los que son de otros partidos; Jesús no deja afuera a los que son muy pecadores; al contrario, en la mesa de Jesús todos somos hermanos”.
“Y por eso -subraya- me parece lindo hoy que recordamos la Última Cena de Jesús, imaginarnos que nuestra patria, imaginarnos que nuestra comunidad, que nuestro barrio, que nuestra Iglesia de Buenos Aires tienen que ser también como una gran mesa en la que todos tengan lugar”.
Y añadió: “Una mesa en la que nadie quede afuera, una mesa en la cual busquemos lo que nos une y no lo que nos divide. Una mesa en la que podamos mirarnos a los ojos y descubrir que somos hermanos más allá de nuestras diferencias”.
“Yo siempre digo que me gustan las mesas redondas porque en las mesas redondas cuando alguien falta nos damos cuenta rápido, y en las mesas redondas nos miramos a los ojos”.
Señaló que “en cambio, las mesas con caballetes, esas mesas largas pero largas, cuando alguien no está ni te das cuenta si vos estás sentado en la otra punta”.
“Yo creo que nuestra mesa, como país, como comunidad, como barrio, tiene que ser una mesa redonda para que si alguien falta nos demos cuenta y no puede faltar nadie”, dijo.
Y completó: “Hoy que vamos a lavar los pies a nuestros abuelos, a nuestros jubilados, ellos también tienen que sentarse a la mesa de todos, ellos también tienen que tener un lugar”.
“Como en esa última cena los discípulos, todos muy distintos, tuvieron un lugar. Eso primero”, finalizó.