“Nosotros no vamos a acatar un carajo lo que diga Cristina”. La frase cayó como una piedra en el parabrisas de la interna peronista. Quien la dijo fue Héctor Villagra, mandamás de la Uocra Avellaneda, vice del PJ local y secretario de la CGT regional. Lo dijo en público, en un acto por los 51 años de la muerte de Perón y a días del cierre de alianzas en la provincia. La voz de Villagra no es muy popular, pero lo que representa es lo que viene con él: la Uocra, la CGT y el PJ de Avellaneda, que lo preside Ferraresi. ¿Fue un exabrupto solitario u ofició de mensajero de un sector del PJ bonaerense?
El comentario del sindicalista representa en realidad una pelea por el control del peronismo bonaerense. En un rincón, Axel Kicillof, gobernador con aspiraciones de autonomía. En el otro, La Cámpora, con Máximo Kirchner como encargado de recordar que la lapicera no es de uso libre. Y de fondo, Cristina Fernández de Kirchner, aún con arresto domiciliario pero con capacidad de fuego intacta. La postal del 18 de junio, día de la marcha contra la prisión de Cristina, fue el símbolo de esa pelea contenida. Desde la calle San José, CFK reapareció con un mensaje grabado y una llamada telefónica que se transmitió por los parlantes. Kicillof fue con su agrupación, Derecho al Futuro, y se sumó a la escenografía junto a los intendentes que lo respaldan. No le quedaba otra. El que no estaba, quedaba marcado. Pero la sonrisa en la foto escondía un dilema: ir era ceder, no ir era romper. Kicillof está obligado a dar señales de tensión y lealtad al mismo tiempo para mantenerse con vida. La prisión de Cristina reordenó la tropa por un rato, pero dejó en pausa el debate sobre el futuro.
En paralelo, una vieja conocida volvió a escena: YPF. Un fallo de la jueza Loretta Preska, en Nueva York, condenó a la Argentina a pagarle al fondo Burford Capital la suma de 16 mil millones de dólares por la estatización de YPF en 2012. La peor parte del fallo es que dice que la empresa deberá entregar acciones del Estado argentino como parte de pago. La cifra es escandalosa, pero más lo es el timing: Kicillof, como ex ministro de Economía y cara visible de aquella jugada, quedó en el centro de la escena por decisión del Gobierno. Milei no apuntó contra Cristina. En su cuenta de la red social X (ex Twitter) decidió apuntar contra el gobernador. Una decisión meditada porque, desde el punto de vista del Gobierno, levantar a Kicillof como opositor es darle volumen en la interna peronista. Kicillof recogió el guante y salió a defenderse con un hilo en redes. Una disputa pública entre Milei y Kicillof es algo malo para Cristina y La Cámpora a la hora de reorganizar el peronismo.
Negociación. En ese contexto, el domingo 29 por la noche hubo cumbre en La Plata. Axel, Máximo y Sergio Massa se sentaron en la misma mesa, como en los viejos tiempos, aunque esta vez sin brindis. Fue una reunión necesaria, no deseada. Había que cerrar las listas y evitar una interna que nadie podía bancarse. Cristina, otra vez ausente en cuerpo pero no en espíritu, mandó señales para que se acomoden las cargas. Habría habido acuerdo: una sola lista, reparto de nombres y Kicillof como coordinador general de campaña. No es poco, pero tampoco es todo.
Del otro lado, la sangre sigue hirviendo. Carlos Bianco, jefe de Gabinete bonaerense, prendió el ventilador: “Basta de la Orga que quiere poner del primero al último en las listas”. El mensaje fue directo a La Cámpora. Nadie se hizo el ofendido. En paralelo, Ferraresi, escudero de Axel, visitó distritos camporistas como Quilmes y Lanús. Una provocación con destino claro. Nadie habla de ruptura, pero todos la tantean.
En paralelo sucede un dato alarmante para el kirchnerismo más duro: las encuestas no ayudan. La Libertad Avanza lidera en intención de voto joven con un 48%, mientras Unión por la Patria apenas alcanza el 21%. Esto no solo muestra que para la oposición es necesaria la unidad, sino que la prisión de Cristina Kirchner no genera ningún efecto sobre los jóvenes. La victimización no se traduce en votos.
Kicillof camina sobre una soga floja. El cierre de listas será su prueba de fuego. Si logra meter a los suyos, consolidará su lugar. Si lo arrinconan, su figura se achica. Por ahora, juega todas las cartas al mismo tiempo: gestión, militancia, relato y territorio. Y mientras lo hace, repite un mantra entre los suyos: “No hay que regalar nada”.