22 junio, 2025

Orden, proscripción y saqueo: el régimen neo-libertador de Milei, Clarín, Techint y el FMI

En mayo de 1956, el dictador Pedro Eugenio Aramburu afirmó que “en nuestros días, mayor productividad es voz de orden. No debe extrañar entonces que el Estado use de los medios para obtenerla en la seguridad de que con ello cumple su propio deber superior, velando por el bienestar y la seguridad de la Nación” [1].

En esos días, faltaban (pocas) semanas para los feroces fusilamientos de José León Suárez, inmortalizados literariamente por Rodolfo Walsh en Operación Masacre. Torturador y asesino, el militar-presidente delineaba el programa esencial de aquel régimen, autodenominado Libertador, que había derribado a Perón meses antes.

El intento neo-libertador de Milei, Magnetto, Paolo Rocca y el FMI recoge parte de ese programa: orden para la reforma laboral; orden para facilitar y abaratar los despidos. Orden, también, para consumar un salto en el saqueo y la entrega nacional. Todo el poder al capital.

El plan requiere un salto autoritario. Proscripción electoral de Cristina Kirchner; supresión política de la principal líder de oposición, apurando el despliegue sin objeciones de un programa antipopular, al que se subordinan las disímiles alas de la política capitalista. También mayor poder a las fuerzas de seguridad: con el decreto 383/25, la Policía Federal deviene una suerte de policía política, con facultades para hacer espionaje y detener (aún más) arbitrariamente.

Aun antes de conocerse la resolución de la Corte, el PTS-Frente de Izquierda denunció la arbitrariedad judicial. Sus principales referentes –como Myriam Bregman, Nicolás del Caño y Christian Castillo– y su militancia asumieron la pelea activa contra la proscripción, impulsando tomas de facultades, acciones de protesta y movilizando. Dejando en claro su independencia política del peronismo, planteó la necesidad de una gran lucha nacional para derrotar el ataque. Una pelea que ponga en movimiento a los millones que detestan y repudian el ajuste mileísta. Las 160.000 almas que ocuparon Plaza de Mayo hace días son solo una fracción de ese enorme mundo.

El régimen neo-libertador es, aún, una intención. No está asentado; es posible derrotarlo. Su vehículo político es el gobierno de Javier Milei; gestión plagada de tensiones económicas, sociales e institucionales. Y una tradición de rebeliones sociales le recuerda a las clases dominantes que sus experimentos autoritarios se estrellaron más de una vez con la resistencia obrera y popular. Pero no se trata de “esperar el estallido”, sino de preparar condiciones para el triunfo de los explotados y oprimidos.

Una historia de guerra… contra las clases populares

La historia argentina se erigió como historia de sables, cañones y heroicos combates. Bartolomé Mitre –padre ideológico de la oligarquía nacional– delineó tempranamente una historia de guerra [2]. Sin embargo, a lo largo de dos siglos, Argentina libró solo dos contiendas: la infame Guerra de la Triple Alianza y la de Malvinas. Por lo tanto, el guerrerismo ideológico y cultural solo podía tener un destino interior. Un Estado en guerra contra una parte de la nación; una guerra de clases permanente.

En esa raigambre se engarza la guerra jurídico, política y mediática que –empujada por EE.UU.– recibe el nombre de lawfare. Hace 9 años, en La Izquierda Diario, Julio Blanck confesó el papel de Clarín en esa empresa: “periodismo de guerra”.

Blanco ineludible de ese guerrerismo social fueron y son las masas populares. Primero, aquellas del siglo XIX, agrupadas en las Montoneras del interior nacional. Décadas más tarde, otras que bajaron de barcos hablando multiplicidad de lenguas, trayendo las tradiciones del proletariado revolucionario, portando consigo las ideas del socialismo y el anarquismo. Más acá en el tiempo, esas masas que enfrentaron el fraudulento régimen de la década infame, edificado sobre la proscripción del radicalismo y la superexplotación obrera.

Perón, hábil estadista, vio en esas “masas inorgánicas” un peligro social del que advirtió a la clase dominante. Se presentó ante el poder económico como rostro de un nuevo sistema político, capaz de contener el “peligro comunista” mediante la regimentación estatal de esas clases peligrosas. Alejandro Horowicz calibró ese rumbo como la “parlamentarización de la lucha de clases” [3].

La dirigencia sindical preexistente vio en el entonces coronel un vehículo para su agenda de demandas ante el Estado. Fue esa clase obrera la que rescató a Perón de la isla Martín García y del eventual ostracismo político [4]. Aquella conducción gremial, futura fundadora del Partido Laborista, persistía en su autonomía -política y organizativa- en relación al militar encarcelado. Protagonistas de aquel 17 de Octubre, las masas trabajadoras adhirieron al peronismo, delineando una nueva identidad política.

La contención ofrecida por Perón resultó insuficiente para el gran empresariado: 1955 se transformó en un año de guerra civil contra las masas populares. Las bombas asesinas que el 16 de junio cayeron sobre esos puntos negros que corrían a través de Plaza de Mayo prologaron el régimen Libertador. La violencia represiva apostó a lograr lo que el presidente depuesto no lograba: desarmar el poder de cuerpos de delegados y comisiones internas. Esa “anomalía argentina” –al decir de Adolfo Gilly [5]– que, limitando las prerrogativas del capital en el núcleo de la producción, le impedía realizar su máxima: nuestras ganancias valen más que sus vidas.

Proscripción al infinito, acorde a este objetivo, el régimen Libertador buscó des-peronizar salvajemente a las masas [6]. Violentando hasta la intimidad, el Decreto 4161 impedía siquiera nombrar a Perón, Evita o, incluso, tener símbolos justicialistas.

Esa guerra de clases enfrentó una potente resistencia, que se desplegó desde abajo, de manera no coordinada y espontánea. El “arriba” del peronismo había capitulado: su dirigencia sindical y política se rindió casi sin lucha ante los cañones de Aramburu y Rojas. Una fracción de ese abajo combatiente desafió, incluso, las directivas del líder exiliado

Aunque Perón en persona venga a mandarnos a votar Frondizi no lo votaremos (…) Aunque Perón en persona baje del avión negro en Plaza de Mayo, tome el micrófono y nos mande a votar a nuestros enemigos desobedeceremos” [7]

Resistencia e integración, resumió epigramáticamente Daniel James, delineando las tensiones del período. La base obrera y popular resistiendo; la burocracia sindical y política intentando un lugar en aquel régimen proscriptor. En 1966, el poder económico acudió al sable y el bigote marcial de Onganía para quebrar la resistencia social. La ofensiva autoritaria recrudeció; en la cultura, la política, en la educación.

Pero aquel experimento reaccionario se estrelló contra las barricadas del Cordobazo. Desde mayo de 1969, la clase obrera, el movimiento estudiantil y el pueblo pobre protagonizaron una etapa poblada de levantamientos populares y grandes combates. El peronismo devino el ala moderada de la resistencia social. Nacieron el clasismo y las rebeliones antiburocráticas.

La clase capitalista olió el peligro de la revolución. Rompió su propio pacto proscriptivo y abrió la puerta al retorno de Perón. El hombre del destino volvió a la Argentina tras largos 18 años. Retornó para contener la lucha de clases; para “normalizar” el país en interés del gran empresariado. El Pacto Social y la Triple A fueron sus insumos. La identidad peronista de la clase trabajadora fue sometida a la mayor de las tensiones. La vanguardia obrera enfrentó aquel modelo. También lo hicieron, apenas más tarde, las masas trabajadoras: en julio de 1975 protagonizaron una gigantesca huelga general contra el gobierno peronista de Isabel, López Rega y Celestino Rodrigo.

El peronismo ante la ofensiva neo-libertadora

El fallo proscriptivo de la Corte también impone reflexiones y conclusiones. Balances y perspectivas, podría decirse. Hace unos días, el Comité Editorial de la revista Crisis definía que “como en tantos otros ítems, el avance de la ultraderecha es directamente proporcional a la falta de audacia de sus adversarios”.

El peronismo caminó casi ciego hacia este desenlace. Confió en evitarlo apelando al inestable método de la rosca. Contaba a su favor la decisión mileísta de polarizar electoralmente. Pero el Gobierno fue una nulidad ante el fallo judicial. Ubicándose por encima de la fragmentación política, la Corte irrumpió para resolver aquello que las urnas no parecen garantizar de antemano: un triunfo de La Libertad Avanza.

El futuro ansía definiciones. Al peronismo lo recorre un interrogante: ¿qué hacer? En Anfibia, Gabriela Vulcano delinea un rumbo: “Algunos empiezan a preguntarse si no es hora de pegar un volantazo que ponga a prueba la audacia y la irreverencia que alguna vez supo tener el kirchnerismo”.

Esa audacia, discutible en sí misma, pertenece al reino de la nostalgia. A un tiempo político pretérito e irrecuperable, en que el kirchnerismo asumió la intensa tarea de reconstruir la confianza popular en la institucionalidad política dañada por la rebelión popular de 2001. Esa labor implicó negar la calle como terreno de confrontación: la relación de fuerzas solo podía construirse desde el Estado y en los marcos institucionales existentes. Como anotó Diego Genoud: “Lo que ayer había sido vitalidad, muestra de dignidad e inventiva popular, era ahora una amenaza que la política estaba obligada a conjurar” [8].

Renunciando a batallar en las calles, el kirchnerismo optó por confrontar electoralmente con el poder económico y la derecha. Bajo la bandera del “mal menor”, ofrendó sucesivamente a Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa. Una estrategia –si se la puede llamar así– que acrecentó la impotencia y la resignación.

Hoy, ante el ataque proscriptivo, la conducción del PJ se apresta a una “resistencia” que es, en esencia, una extensa campaña electoral. “Vamos a volver” es, desde ahora, su consigna central. Un camino que no propone derrotar la proscripción ahora. Que confía la libertad de Cristina Kirchner a un futuro incierto. Lo graficó Wado de Pedro, demandando que el próximo gobierno peronista indulte a la exvicepresidenta. Casi un acto de fe.

Ese peronismo sigue transitando un mundo de intenso fraccionamiento. Su actual unidad puede bien ser una imagen de corta duración. Gobernadores, intendentes y dirigentes gremiales atienden su propio terruño. Aun con Cristina detenida, la Provincia de Buenos Aires sigue es escenario de la puja por la llamada “sucesión”. Eternamente en tregua, la burocracia sindical cegetista sobre-produce comunicados y declaraciones buscando tapar su complicidad con el poder de turno.

Ah, cierto. Ahora también hacen streaming.

¿Y después de Milei, qué?

Milei llegó a la presidencia como expresión de una profunda crisis orgánica, uno de cuyos nodos reside en la crisis de representación política. A su manera, convocó a otra “gran empresa” [9]: la refundación liberal-libertariana de la Argentina.

Institucionalmente débil, atado a las condiciones de inestable economía –tanto nacional como internacional–, el gobierno libertariano no parece gozar, aún, de la confianza plena del gran capital. La pregunta ¿y si sale bien? sigue rondando. El fracaso del experimento libertariano puede habilitar un nuevo salto en la crisis orgánica, facilitando el camino de la lucha de clases, abriendo paso a la posibilidad de una rebelión popular.

Esta semana, el periodista Carlos Burgueño escribió que el kirchnerismo

Cree que el modelo de crisis que se aproxima será similar al estallido social chileno de 2019: una revuelta popular postergada, pero inevitable, nacida del ajuste prolongado y el desgaste social (…) la motosierra de Milei encenderá la chispa, no por una corrida o hiperinflación, sino por el hartazgo de las mayorías frente a la recesión y la desigualdad.

En este esquema no se trata de preparar las condiciones para derrotar la ofensiva autoritaria y ajustadora de Milei. Sino de esperar pasivamente un estallido social que facilite el retorno por vía electoral. Un “Hay 2027” sembrado de denuncias al régimen proscriptivo, pero desprovisto de una línea política destinada a quebrarlo.

En ese esquema político no hay lugar para la “audacia” reclamada por una fracción de sus simpatizantes. El kirchnerismo se prepara para “volver” a un país arrasado y aún más atado a los deseos e intereses de la élite económica. Un país aún más desigual y empobrecido; más “latinoamericanizado”, para usar la jerga de moda. Sus principales referentes repiten -desde ahora- el intento “dialoguista” hacia el poder económico que Cristina Kirchner ensayó hasta horas antes del fallo proscriptivo. Un diálogo fallido que asumió, por ejemplo, la agenda de la “actualización laboral” y el ataque al derecho de huelga docente.

La élite económica ya ilustró su renuencia a ese diálogo: acudió a la guerra política, mediática y judicial en defensa de sus intereses. No puede ser “convencido”; solo puede ser derrotado.

Derrotar al poder detrás del poder

Más allá de los objetivos del peronismo, es inevitable avizorar la posibilidad de estallidos sociales. La mecánica social del ajuste mileísta conduce hacia allí.

La rebelión chilena de 2019 se enfrentó a sus propios límites. El accionar de las direcciones políticas, sociales y sindicales fue esencial para contener y desviar un proceso social profundo, que se levantaba contra décadas de feroz neoliberalismo.

El problema estratégico es, entonces, preparar las condiciones para que la revuelta popular pueda devenir en un proceso revolucionario, que no solo derrote la agenda de Milei, sino que derribe el poder social del gran capital que empuja el intento neo-libertador [10].

Ese poder económico es heredero y continuador de aquella oligarquía terrateniente que, masacrando pueblos originarios, edificó el país sobre sus intereses. De aquel empresariado que empujó el golpe gorila de 1955 y el terror genocida de 1976. Del poder que regimentó esta democracia de la derrota, sometiendo a las masas populares a catástrofes como la hiperinflación y la hiperdesocupación.

Ese poder solo puede ser derrotado poniendo en movimiento la inmensa potencia del pueblo trabajador; desplegando la fuerza social de la clase trabajadora; convocando a la masividad de la movilización. Fábricas y empresas paralizadas; rutas cortadas; plazas repletas: imágenes de una resistencia que, ampliándose, puede derrotar al poder de la élite económica. Postales de una huelga general política capaz de desarticular el poder de la clase dominante. Un Cordobazo del Siglo XXI, que abra el camino a la lucha por un Gobierno de la clase trabajadora y el pueblo pobre.

El PTS-Frente de Izquierda interviene en cada combate apostando a ese horizonte. Una apuesta que exige el desarrollo de la más amplia autoorganización, para superar las trabas que imponen las burocracias sindicales, sociales y estudiantiles. Que requiere la unidad de la clase trabajadora; la juventud y el movimiento estudiantil; el movimiento de mujeres; el movimiento ambientalista, entre otros.

Que necesita, además, la construcción de un gran partido anticapitalista, socialista y revolucionario. Una nueva voluntad política y social que, retomando las grandes tradiciones del pueblo trabajador, apueste por su victoria definitiva contra los explotadores y opresores.

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NOTAS AL PIE

[1] Schneider, Alejandro, Los compañeros: trabajadores, izquierda y en peronismo en la Argentina, 1950-1973, Imago Mundi, Buenos Aires, 2005, p. 86.

[2] Kohan, Martín, El país de la guerra. Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2014.

[3] Horowicz, Alejandro, Los cuatro peronismos, Buenos Aires, Edhasa, 2015, p. 80.

[4] “Desde la perspectiva de los dirigentes obreros, ¿no había aparecido el ex hombre fuerte, después de su expulsión del gobierno, como una figura solitaria, con un programa para la democratización del Estado, pero sin los recursos para poder implementarlo? Si habían sido los sindicatos los que lo rescataron del fracaso, ¿no era él ahora su criatura política?…”. Doyon, Louise, Perón y los trabajadores. Los orígenes del sindicalismo peronista, 1943-1955, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, pp. 174-175.

[5] Gilly, Adolfo, La anomalía argentina (Estado, corporaciones y trabajadores), en Cuadernos del Sur n°4, marzo-mayo 1986.

[6] Schneider, ob. cit., pp. 83-84

[7] Rebeldía n°28, 29/1/58. Citado en Schneider, ob. cit. p., 112.

[8] Genoud, Diego, El peronismo de Cristina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2021, pp. 18-19.

[9] “Y el contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente, que se produce ya sea porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grandes masas (como la guerra) o porque vastas masas (especialmente de campesinos y de pequeñoburgueses intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgánico constituyen una revolución”. Gramsci. Citado en Juan Dal Maso, El Marxismo de Gramsci, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2016, p.80.

[10] “..las revueltas contienen en sí la posibilidad de superación de ese estadio de acciones de resistencia o actos de presión extrema. Pueden ser momentos de un mismo proceso que abra una revolución o no. Depende de su desarrollo y, especialmente, de si el movimiento de masas puede ir más allá en su conciencia y en su organización”. Matías Maiello, De la movilización a la revolución, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2022, p. 19.

Eduardo Castilla

X: @castillaeduardo

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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