El episodio, casi olvidado, revela las marcas de un racismo científico que aún resuena en el presente. En 1904, la ciudad estadounidense de St. Louis fue sede de una de las Exposiciones Universales más ambiciosas de la época. Conocida también como Feria Mundial, el evento coincidió con los Juegos Olímpicos y se convirtió en un espectáculo masivo visitado por alrededor de 20.000.000 de personas.
Se exhibieron allí desde los últimos inventos tecnológicos, como incubadoras para bebés, hasta comidas rápidas que luego se popularizarían, como los hot dogs. Sin embargo, detrás del brillo y la modernidad se escondía un costado oscuro: los “zoológicos humanos”, donde pueblos originarios eran exhibidos como parte del entretenimiento.
Entre los grupos llevados a St. Louis estuvieron siete tehuelches de la Patagonia austral, cuya historia comenzó a salir a la luz gracias a investigaciones como la de la antropóloga del CONICET Geraldine Gluzman.
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“Esta historia fue parcialmente investigada en otras oportunidades, pero yo también me sentí muy atraída por este grupo de personas. Si bien en ese entonces era bastante frecuente, no por eso dejaba de ser cuestionado. Lo cierto es que se inscribe en un contexto mundial en el que el capitalismo estaba en plena vigencia y las ideas de ‘orden y progreso’ justificaban la imposición del hombre blanco sobre todas las poblaciones del mundo”, explicó Gluzman.
La feria contaba con un departamento de antropología sin precedentes, cuyo director, William McGee, buscaba representar en un mismo espacio todos los “grados de salvajismo” hasta llegar a la cúspide de la civilización occidental. “Era muy importante para ellos tener representaciones vivas de cada parte de la pirámide. Y en esa clasificación racista, los tehuelches estaban ubicados entre los más salvajes”, señaló la investigadora.
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El traslado de los indígenas fue en sí mismo una odisea. Captados en las cercanías de Río Gallegos con la mediación de los hermanos Cané, comerciantes con fuertes vínculos en la región, los tehuelches fueron primero llevados a Punta Arenas, luego embarcados rumbo a Liverpool y, finalmente, arribaron a Nueva York, donde los esperaba la prensa. “Los primeros artículos periodísticos fueron crueles: decían que estaban sucios, que usaban pieles viejas y que las vinchas que llevaban eran servilletas robadas del barco. Era una mirada absolutamente prejuiciosa, donde nadie se preocupaba por comprender quiénes eran realmente”, contó Gluzman.
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En St. Louis, los tehuelches fueron instalados en las llamadas “aldeas antropológicas”, un espacio diseñado para que los visitantes recorrieran distintos grados de “civilización” según la lógica racista de la época. “La gente se metía ahí y sentía que estaba recorriendo una enciclopedia viviente. Pero en realidad era pura ideología. La atracción eran ellos mismos y su supuesta bestialidad. Los comparaban, por ejemplo, con los ainu de Japón, diciendo que los tehuelches eran mucho más salvajes”, remarcó la antropóloga.
El relato oficial de la feria los presentaba como descendientes de los míticos “patagones”, gigantes altísimos que fascinaban a los cronistas europeos desde el siglo XVI. Pero, al llegar, los visitantes se decepcionaron: no eran tan altos como esperaban. “Ese desencanto también fue utilizado para reforzar los prejuicios, subrayando que eran ‘sucios’ o ‘incivilizados’”, agregó Gluzman.
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Lo más doloroso es que, según las fuentes, los tehuelches creían que viajaban para vender pieles, cuando en realidad ellos mismos eran la mercancía a exhibir. Pasaron meses —desde abril hasta noviembre de 1904— bajo la mirada constante de millones de visitantes que reforzaban su sentido de superioridad comparándose con “el otro salvaje”.
Gluzman: “Es una historia que conmueve y genera reflexión. Ojalá podamos reescribir nuestra historia actual a partir de ella”.
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A esta altura, el caso de los siete tehuelches forma parte de una larga lista de pueblos indígenas que fueron exhibidos en ferias universales y circos humanos en Europa y Estados Unidos, desde inuit de Groenlandia hasta pigmeos africanos. En todos los casos, la lógica era la misma: mostrar “escalas” de humanidad donde el blanco europeo ocupaba la cima.
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“Cuando uno revisa estas historias, no puede dejar de pensar en cómo se repiten ciertos patrones. Hoy seguimos juzgando a los otros por su color de piel, por cómo se visten, por sus elecciones de vida. Es como un futuro que repite el pasado todo el tiempo”, reflexionó Gluzman.
La antropóloga insiste en la necesidad de seguir investigando y difundiendo estos episodios. “Las ciencias sociales y las humanidades tienen todavía mucho que aportar en la reconstrucción del presente. Recuperar estas memorias nos permite ser una sociedad más justa. Esta historia todavía está viva, y pensarla desde la Patagonia, donde ocurrió, es una forma de hacer justicia simbólica con esas personas que fueron reducidas a objetos de espectáculo”.
El recuerdo de los siete tehuelches en St. Louis de 1904 es un espejo incómodo. Nos enfrenta con un pasado colonial y racista, pero también interpela al presente, donde los prejuicios persisten bajo nuevas formas. En palabras de Gluzman: “Es una historia que conmueve y genera reflexión. Ojalá podamos reescribir nuestra historia actual a partir de ella”.