“Comodoro con mi país es todo al revés. No hay verde, hay viento, pero me gusta. Me gusta el clima, el viento, aunque no tan fuerte, y también el mar”, dice María Tselpuk con una cálida sonrisa mientras mira el paisaje. Afuera, en el horizonte, el mar contrasta con el cerro, el paisaje bien patagónico y un viento de esos que asustan por la intensidad de sus ráfagas. Como ella dice, le gusta el viento, pero no tanto.
María es oriunda de Bielorrusia, un pequeño país de Europa Oriental que formó parte de la Unión Soviética hasta 1991 y que no tiene salida al mar. Nació de Luninets, una ciudad de muchísimos lagos y ríos, en la cual cada estación se hace sentir con la intensidad que la caracteriza; un verano bien verde y caluroso, con mucha lluvia y un invierno bien frío.
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Hace 15 años, esta mujer de ojos claros y cabello rubio como el reflejo del sol decidió dejar su país y venir detrás de sus hijos, quienes emigraron a Argentina. Desde entonces, vive en Comodoro Rivadavia, esta ciudad del sur de la Patagonia en que el viento se hace sentir con la misma fuerza que el mar y donde hace tres años lanzó su propio chuchut, un producto de origen local pero con identidad eslava.
UNA CRÓNICA CON HISTORIA
La historia de María con la Patagonia comenzó hace muchos años, gracias a la inmmigración que llegó a Argentina a lo largo de su historia. Su abuelo, Ivan, vino al país a trabajar antes de la Segunda Guerra Mundial. Junto a su cuñado estuvieron durante dos años en Comodoro y luego regresaron a Bielorrusia, que por entonces integraba la Unión Soviética.
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A Ivan esa primera experiencia le bastó y no quiso volver a la Patagonia. Sin embargo, quien quiso probar suerte fue su hermana, quien volvió junto a su marido sin imaginar que en Europa iba a estallar una guerra que lo iba a cambiar todo.
Los Kochowicz finalmente se quedaron a vivir en Comodoro Rivadavia y construyeron su propia historia. Pero en 1995, cuando falleció la hermana de Ivan, su hijo, Miguel, sintió que era momento de conocer sus orígenes y viajó con toda su familia a Bielorusia.
Ana Kochowicz es la prima hermana de Iván, una parte de la familia de María y Alena que migró a Comodoro. Foto: Archivo personal.
Por ese entonces, Alena Tselpuk, la hija de María y la otra protagonista de esta historia, tenía solo 15 años y quedó maravillada con los parientes que llegaron desde la Patagonia. Era chica, curiosa y sin dudarlo quiso ir por la aventura y conocer aquella tierra donde su bisabuelo había estado alguna vez.
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Una carta, la consulta de María a Marta, su prima, y un viaje con tres escalas fueron lo necesario para que llegue a tierras patagónicas. “Vine de visita por tres meses y acá estoy hace 25 años”, dice a ADNSUR cuando comienza a repasar su historia.
“Yo tenía ganas de conocerlos y conocer otro mundo. Cuando ellos viajaron a Bielorrusia, hicimos contacto, porque en esa época en la Unión Soviética había muy poca comunicación; era todo por carta y había mucho control y restricciones. Así que ahí conocí parte de la familia y después quise conocerlos mejor. Le dije a mi mamá, ella se comunicó con mi tía y me vine”, dice con la misma cálida sonrisa que su madre.
Era septiembre de 1999. Alena tenía 15 años y Marta Kochowicz la recibió. Ellas entendían el idioma y eso hizo todo más fácil. La idea era que se quedara por tres meses, pero sus tíos no querían que fuera solo un viaje. Por esa razón, decidieron que fuera a la escuela.El Colegio Martín Rivadavia la aceptó por este corto periodo de tiempo y para Alena fue la aventura de su vida.
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“Mi tía no quería que estuviera encerrada en la casa porque había vida y ellos también trabajaban, así que comencé a estudiar. Fue muy chocante en cuanto a lo cultural, porque hace 25 años los países de la Unión Soviética estaban viviendo un gran cambio. Al llegar acá vi a la gente más relajada, disfrutaba mucho, otra cultura muy diferente. Me llamaba la atención que nosotros en el colegio era todo muy estricto, para contestar había que levantar la mano y pararse, y acá era todo relajado. No entendía esa parte, fue chocante, ni malo ni bueno, pero muy distinto”.
Alena asegura que al mes ya entendía un poco de lo que le hablaban. Sentía que tenía que aprender a hablar y, poco a poco, entre familia, aula y amigos, comenzó a hablar español. Ella ya sabía algo de francés y la base de latín la ayudó a poder entender un poco más este idioma, que es completamente diferente.
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Cuando las clases terminaron, el negocio de su tío fue su otra escuela para mantenerse en contacto con la gente. Como podía, se hacía entender y, entre venta y venta, aprendía un poco. “Eso también me ayudó porque tenía que vender. A veces cometía errores; hay muchas anécdotas”, recuerda entre risas.
En vacaciones de invierno, Alena volvió a su país, pero sus tíos fueron a buscarla. Querían que continuara en Argentina y ella decidió venirse. “Me sentí muy cómoda con mi familia, son gente maravillosa y dije: ‘quiero aprender el idioma’. Mi tía Marta se encargó de gestionar la documentación para quedarme y generar un DNI. Una cosa llevó a la otra y terminé acá la escuela.”
Alena terminó la secundaria en el Instituto María Auxiliadora. En la imagen junto a su tía Marta y su tío “Bigote”. Foto: Archivo personal.
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A Alena le gustaba la vida en la Patagonia, el contacto con su familia y las comidas que había, principalmente el dulce de leche y el asado. Finalmente terminó la secundaria en el Instituto María Auxiliadora y una vez que se recibió llegó el momento de regresar. La idea era comenzar la universidad en Bielorusia, pero nunca imaginó que el haber estudiado en otro lado iba a complicar el ingreso a la facultad. Así, decidió volver a Comodoro y estudiar en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.
Cuando terminó la secundaria Alena volvió a Bielorrusia, pero luego de un tiempo decidió volver a Comodoro. Foto: Archivo personal.
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Alena se recibió de licenciada en Medio Ambiente. La carrera no solo le dio una profesión, sino que también la ayudó a conocer la Patagonia con otros ojos. “Cuando comencé a estudiar, me empezó a gustar la Patagonia; empecé a conocer más lugares. Empecé a ver materias bien específicas, empecé a salir más alrededor y me fui enamorando cada vez más de este lugar. La verdad es que estoy muy agradecida, nunca tuve problemas porque la gente es muy abierta. Como en todos lados, hay experiencias malas y buenas, pero la mayoría me fue abriendo las puertas y terminé quedándome”.
Alena junto a su tía y su hermano, quien también migró a Comodoro Rivadavia. Foto: Archivo personal.
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LA LLEGADA DE MARÍA
Alena construyó su propia familia en la Patagonia y cuando quedó embarazada de Isabela, su hija, María sintió que era momento de estar más cerca de sus hijos. El hermano de Alena también había emigrado a Argentina, y la mujer decidió dejar su vida en Bielorrusia y migrar a la Patagonia. Pero había un problema, no sabía hablar el idioma y fue un problema.
“Cuando veo que mi hija no quiere volver, y mi hijo también estaba aquí, yo pensé: ‘¿qué voy a hacer aquí?’ y vine para vivir. Pero yo no podía trabajar, porque para mí el idioma es difícil. El primer año lloraba porque no podía comunicarme. Era ‘vamos a juntarnos con gente’, pero la gente habla rápido, ‘jiji, jaja’, y tú no entiendes nada. A veces algo escuchas, pero después me dolía la cabeza. Era difícil”.
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María intentó aprender por todos los medios, pero su proceso fue más lento que el de su hija. Al principio, la atención de su nieta fue su principal ocupación, pero una vez que la nena creció, sintió que tenía más tiempo libre y Alena la incentivó para que comenzara a hacer chucrut.
“Una de las formaciones de mi mamá es ser chef. Cuando nos juntamos, cocina muy rico y un día le dije: ‘¿querés hacer chucrut?’, dice Alena.
“La primera vez fue para la familia y el suegro de ella dice ‘riquísimo’. Después, empezó a pedir gente, y mi hija me dice: ‘¿por qué no vendemos?’, porque la gente lo pide, es muy bueno, muy rico”, cuenta María.
Así nació Bieloruska, el chucrut que identidad eslava que se prepara en el sur de la Patagonia.
La idea era hacerlo bien, así que una vez que tuvieron la receta se acercaron a Comodoro Conocimiento y presentaron su propuesta, crearon la marca, la patentaron, hicieron las etiquetas y comenzó el emprendimiento.
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El producto es elaborado en la planta que tiene la agencia en el kilómetro 4. Allí, cada vez que quieren elaborar, piden un turno y producen este chucrut, que tiene un sabor diferente al tradicional y que se caracteriza por no ser tan ácido.
“Queremos que la gente conozca otros sabores. El sabor es distinto, es muy natural. Es muy bueno para acompañar un asado; también lo comen con salchichas de cerdo y morcilla. Va con todo; de hecho, los que no comen carne lo consumen como ensalada o con pan. Es como una ensalada de repollo fría. Mi mamá ahora también empezó a elaborar pan dulce y tartas dulces, más bien frutales. Recetas de Bielorrusia para que la gente conozca diferentes sabores. Y ahora estamos en una etapa de proyecto cárnico: unas conservas de carne de cerdo. Esperamos sacarlas pronto.”
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Alena y su madre crearon un crucrut con una receta de su país de origen. Foto: Bieloruska.
Las emprendedoras están agradecidas al equipo de Comodoro Conocimiento por el asesoramiento que recibieron para poder realizar su emprendimiento y por el espacio que tienen en ferias y eventos, donde Bieloruska tiene su principal punto de venta, más allá de las redes sociales.
María admite que es feliz cada vez que la gente halaga el producto. “A mí me encanta cuando la gente dice que le gusta, y después, como costumbre, quiero trabajar, porque necesito trabajar. Por ahí hay una creencia de que el chucrut es feo, es ácido, pero cuando lo consumen, dicen que es rico”.
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En tiempos de redes sociales y búsqueda de alimentos más sanos, el chucrut está en tendencia, porque es un probiótico que tiene muchas vitaminas. En este caso, no tiene conservantes y es cien por ciento natural; pero, además de sus nutrientes, lleva consigo la historia de Alena y María.
“Queremos que la gente conozca nuestra cultura, que incorpore comidas de otros lugares, que son sanas y que hacen bien para el bienestar, para la salud. Eso también nos gusta”, dice Alena, orgullosa.
Lo cierto es que ninguna de las dos imaginaba que terminarían elaborando chucrut en el sur de la Patagonia. Siempre les pareció un lugar lejano, casi de película, y un día se encontraron sintiendo el viento en la cara y mirando el mar como parte de la postal. Así es la vida en el sur de la Patagonia, el lugar que eligieron miles de migrantes para construir su propio destino.
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